miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 15.-Un campeón tiene integridad

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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El padrastro de Lobelo escuchó la grosería y no dijo nada.

Volví a encogerme, atemorizado. De inmediato sentí las vibraciones: El ambiente dentro del coche se notaba pesado, como si las dos personas que iban en los asientos de adelante me odiaran.

De repente, Lobelo abrió la guantera y sacó una pistola real. Comenzó a jugar con ella; se volvió hacia mí, y me apuntó a la cabeza. Me quedé frío al sentir el cañón en mi frente.

Lobelo soltó una risotada.

- No está cargada –dijo abriendo la otra mano y enseñándome las balas sin dejar de reír-. ¡Cálmate, “Malapata”! No te vayas a orinar en el carro.

El señor Izquierdo también rió.

Papá me había dicho: “No te arriesgues. Si notaste algo malo en ese señor y en su hijastro, aléjate de ello.”

Siempre que desobedecía a mis padres, me iba mal. Eso era definitivo.

Miré alrededor. Sentí un temblor de miedo. El carro en el que íbamos era negro y viejo ¡igual al de los ladrones que intentaron brincarse la barda de mi casa la noche anterior!

Comencé a respirar con rapidez.

Al agachar la vista, vi que mis pies estaban pisando algo duro y largo...

Lo observé bien... ¡Era un bat de béisbol !

“Tranquilo”, me dije, “pronto saldrás de aquí”.

Al fin llegamos a la escuela.

Abrí la puerta del carro y escapé sin despedirme.

Pasé la mañana nervioso. Aunque Lobelo no estaba en mi salón, de todas formas me costó trabajo concentrarme en las clases. Como era el primer día, no llevaba libros, peri sí la caja de IVI que ocupaba casi todo el espacio de mi mochila.

A medio día, el profesor titular hizo un sorteo para elegir al que sería el próximo jefe de grupo. Para mi sorpresa, fui seleccionado. A partir de ese momento, tendría la responsabilidad de guardar conmigo la lista de asistencia, ayudar al profesor a recoger exámenes y a calificar trabajos. También reportaría a los indisciplinados y distribuiría los premios que se dieran al grupo.

El nombramiento me llenó de orgullo, pero pasó algo curioso a mí alrededor: se me acercaron varios compañeros que antes ni siquiera me hablaban; aunque no eran mis amigos, se portaban como si lo fueran. Recordé: “Casi todas las personas dicen mentirillas y tratan de convencer a los demás de lo que les conviene”. Algunos muchachos se atrevieron incluso a decirme en secreto frases muy extrañas: “Ahora no tendrás que estudiar demasiado, porque podrás arreglar las calificaciones cuando el maestro te preste sus listas”. Otro me dijo: “Déjame ayudarte en tu trabajo de jefe. Juntos podemos repartir los premios y quedarnos con los mejores”. Y otro más me advirtió “No te olvides que soy tu cuate. Cuando tenga faltas o reportes, espero que me protejas”.

Aturdido por tanta presión, me aparté de mis compañeros y saque la caja de IVI. Tomé una de sus tarjetas y la leí.

Hay dos formas de obtener premios. La primera, con engaños y mentiras. La segunda, con trabajo y rectitud. Por desgracias, en la primera se alcanzan más. El mundo está lleno de personas que presumen recompensas no merecidas, títulos robados, dinero ilegal. Todos quieres parecer campeones, pero muy pocos están dispuestos a serlos de verdad.

El camino de la rectitud es lento. No te desesperes. Si eres honesto, ganarás pocas veces, porque competirás contra demasiados tramposos, pero no te obsesiones con tener todos los premios. Esmérate siempre y colecciona alegrías por hacer lo correcto.

Tú eres un niño distinto. Jamás entres el juego del engaño. Los tramposos tratarán de convencerte para que te vuelvas tramposo también, pero tu naturaleza es hacer el bien.

Un campeón no vale por sus diplomas, vale por su honradez. Recuerda que la verdadera medalla de honor no es de metal, no se puede tocar, por que se lleva en el corazón. Tú tienes una. Jamás la cambies por dinero o galardones.

Si estudiaste poso, reconócelo, pero no copies en el examen. Si te faltó trabajo en casa, admítelo, pero no le pidas a un compañero que mienta y diga que trabajaste con él. Si tu entrenamiento es deficiente, acepta cuando pierdas en la competencia, no te enfades, no trates de hacer trampa.

Cuando actúas con honradez, siempre conservas tu medalla de honor. La gente no la ve, pero tu la puedes sentir. Ahí está. Dentro de ti. Te sientes orgulloso de ella porque te permite mirar de frente, como un verdadero campeón.

Guardé la tarjeta. Estaba sorprendido. Si la aparición de IVI y la existencia de esa caja no eran un milagro, sí lo era el hecho de que, cada vez que sacaba un tarjeta, recibía la respuesta indicada. En mi mente se repetía constantemente una frase: “la verdadera medalla de honor no es de metal; no se puede tocar, porque se lleva en el corazón.”

Fui decidido a ver al profesor titular a su oficina.

- Maestro, Miguel, ¿puedo hablar con usted?

- Adelante, Felipe.

- Vengo a renunciar al cargo de jefe en mi grupo.

- ¿Por qué?

- Mis compañeros cambiaron conmigo en cuanto supieron que yo iba a tener las listas de los reportes, asistencias y calificaciones. Me están presionando para que haga trampas. No quiero problemas.

El profesor me observó en silencio y luego dijo señalándome una silla frente a él:

- Siéntate por favor.

Obedecí.

- Tú sabes que quienes hacen trampa, casi siempre son descubiertos y castigados de una forma muy dura.

- Sí. –contesté-. Pero si les digo eso a mis amigos, me llamarán cobarde y cosas peores.

El profesor Miguel movió la cabeza y levantó la voz:

- Vamos a hablar claro, Felipe. Los dirigentes tienen muchas obligaciones. La más importante es enseñar honradez. Eso significa que cuando un líder hace trampa, le falla a toda su gente, porque viola el principio fundamental del liderazgo, ser un ejemplo a seguir. Me agrada saber que rechazas la corrupción. Necesitamos dirigentes íntegros en la política, en los negocios y en la sociedad. Ser jefe es un gran reto, porque al estar arriba, muchas personas hipócritas te van a adular. El César de la antigua Roma, tenían un empleado, que iba detrás de él, diciéndole todo el tiempo “No eres un dios, no eres un dios, recuerda que no eres un dios”. Esto ocurría porque tener poder sobre los demás, provoca perdición. El jefe llega a creerse superior y se corrompe. No apliques el poder para mandar sino la autoridad para servir. Sé valiente, Felipe y no renuncies al cargo.

Asentí. Se había despertado en mi interior una hambre de superación que nunca antes había sentido. Deseaba, de verdad, convertirme en un campeón.

Me despedí del profesor aceptando continuar con el cargo.

Poco tiempo después, las clases terminaron.

Salí a la calle. Me detuve sin saber hacia donde huir. El automóvil viejo del señor Izquierdo estaba parado frente a la puerta, esperándome. Me perdí entre todos los niños que invadían la banqueta. Caminando con rapidez. Miraba hacia atrás de vez en cuando. De pronto, detecté que el automóvil avanzaba por la calle.

A pocos metros había un árbol frondoso. Corrí hacia él, y trepé por las ramas.

El coche negro se acercó hasta mí.

Sentí pánico.

Había dejado mi mochila, con la caja de IVI en el suelo.

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